La tradición popular apunta “tres cosas hay en la vida salud, dinero y amor y el que tenga las tres cosas que le dé gracias a Dios”. Sin embargo, la Psicología Humanista indica que esto no es suficiente. Para comprenderlo mejor pongamos en situación: En la década de los 60 surgió en psicología una nueva vertiente alejada de la concepción del ser humano como un individuo pasivo con conductas determinadas por aprendizajes involuntarios propia del conductismo y distanciada a su vez de la negativista visión psicoanalista centrada en el estudio de las patologías producidas por impulsos reprimidos. Esta “tercera fuerza “ llamada Psicología Humanista, se enfrentó al estudio del ser humano desde una visión optimista, la creatividad, el libre albedrío, la autoestima y en definitiva todo aquello que nos motiva irrumpieron en la escena académica buscando su lugar . Entre los autores que se embarcaron en la titánica tarea de descubrir ¿qué nos moviliza?, encontramos a Abraham Harold Maslow un eminente psicólogo estadounidense de origen ruso, que se aventuró a responder a la nada desdeñable cuestión: ¿Qué nos hace felices?. Maslow no se alejó mucho de la canción antes mencionada y así en su obra Una teoría sobre la motivación humana (A Theory of Human Motivation) formula una jerarquía de necesidades humanas, algo así como un camino a seguir para alcanzar una vida más feliz. En este camino para alcanzar la cumbre es imprescindible ir satisfaciendo cada nivel inferior. De tal manera que sin cubrir las necesidades más básicas sería imposible llegar a la cúspide. Y al igual que en una carrera, hay fuerzas que nos impulsan hacia arriba y otras regresivas que nos hacen retroceder. Las necesidades que deberíamos satisfacer, según Maslow, para lograr ser felices son:
Esta teoría de la motivación nos indica que ningún comportamiento es casual sino que está motivado, orientado a la consecución de algún objetivo. Para Maslow la felicidad consistiría en lograr alcanzar momentos de “experiencias cumbre” de profundo amor y entendimiento durante los que la persona se siente completa, viva y autosuficiente. Más consciente de la verdad, la justicia, la armonía, la bondad… aquellas afortunadas personas que alcanzaron la cumbre de la pirámide, las personas autorrealizadas, serían las que tendrían en sus manos mayores oportunidades de vivir momentos de este tipo. Actualmente existen muchos estudios que correlacionan la felicidad con distintos factores, pero no cabe duda de que la psicología humanista supuso para la época un soplo de aire fresco plagado de desconcertantes aromas que aún hoy en día intentamos descifrar. La pirámide de Maslow podría ser actualizada con un poco de humor...
1 Comentario
Seguramente en alguna ocasión habréis jugado a asociar manchas difusas, tales como nubes, con formas reconocibles, quizás en esos interminables viajes en coche en los que cualquier entretenimiento sirve para acortar un tiempo que fluye lentamente. Pues bien, este juego parte de una de esas realidades psicológicas que me fascinan, en este caso hablamos de la pareidolia por la cual: “un estímulo vago y aleatorio es percibido erróneamente como una forma reconocible”. Ya hemos visto que nuestro cerebro detesta el caos, la discontinuidad, la desestructuración, la confusión y todo aquello que le genere inseguridad. Nuestras redes neuronales ante el desorden crean patrones de activación que se disparan automáticamente, incluso ante estímulos aparentemente distintos, con tal de mantener el ansiado equilibrio. Este fenómeno es además mucho más poderoso al procesar estímulos evolutivamente relevantes como es el caso del reconocimiento de caras. Y es que no hace falta más que dos círculos relativamente juntos con algo similar a una raya debajo, para que con total claridad percibamos un rostro. El astrónomo Carl Sagan explica esta característica humana desde un punto de vista evolutivo: “Tan pronto como el niño puede ver, reconoce rostros, ahora sabemos que esta habilidad está bien conectada en nuestro cerebro. Los bebés que hace un millón de años eran incapaces de reconocer una cara devolvían menos sonrisas, siendo entonces menos probable que se ganaran el corazón de sus padres y tenían menos probabilidades de prosperar”. Es decir, como especie hemos aprendido que cuánto más tempranamente reconozcamos a las personas que nos proporcionan el cuidado y la seguridad que necesitamos y reaccionemos de la forma más afectuosa posible, nuestras expectativas de supervivencia se verán incrementadas. Muchos otros expertos apoyan esta conclusión de la ventaja evolutiva, tal como dice Carlos Álvarez, profesor de Psicología Cognitiva, “Es posible que uno de nuestros antepasados viera una mancha amarilla entre la maleza, saliera corriendo por temor a que fuera un tigre y al final se tratara de una fruta. Pero, si alguno no huyó por sistema ante un estímulo de esas características, es muy probable que acabara siendo devorado”. El ingeniero Jeff Hawkins nos proporciona otra posible explicación en su Teoría de memoria-predicción, según este autor el cerebro tiene una propiedad para ahorrar tiempo por la cual realiza tareas de predicción en base a formas conocidas que obtiene de la memoria. De esta manera nuestro cerebro dota de sentido a los estímulos que le llegan en función de la experiencia y las expectativas de cada persona. Así, las personas con creencias en lo paranormal o en lo religioso relacionaran con más frecuencia manchas difusas con imágenes espirituales tales como ángeles, Jesucristo... La pareidolia está por lo tanto, en la base de algunas creencias en lo sobrenatural. Hay que tener en cuenta también que el efecto de reconocimiento puede ser inducido, si al observar una nube alguien nos dice que ve un elefante y nos describe donde está cada elemento nosotros que antes no lo veíamos ahora somos capaces de apreciar además los colmillos, la cola y todo aquello que le sirva a nuestra mente para completar esos vagos estímulos. De ahí que muchos adeptos religiosos puedan ser inducidos hacia las más disparatadas creencias. Un caso de pareidolia que se hizo famoso es el de la "Cara de Marte". La sonda espacial Viking en 1976 tomó una foto en la que se mostraba la superficie de Marte, en ella muchas personas afirmaron distinguir un rostro, atribuyendo posteriormente este hecho a una supuesta civilización inteligente. Otro ejemplo, en este caso más académico de utilización de la pareidolia es el Test de Rorschach. En internet existen espectaculares fotos que plasman este fenómeno, así como muchos artistas lo han utilizado en sus obras. Imaginaros que sois unos estudiantes de la universidad que van a participar en un experimento en el que debéis realizar una tarea tremendamente aburrida. Al acabar el profesor os dice que el grupo que espera para realizar la misma prueba no está muy convencido, os dará 1 euro si les decís que la tarea es muy interesante, aunque sólo sea por un euro aceptáis. Pasada una semana el profesor os reúne de nuevo, esta vez junto con otro grupo al que solicitó lo mismo pero compensó con nada más y nada menos que ¡20 euros!. En esta ocasión, ambos grupos deberéis valorar lo tediosa que os resultó la tarea realizada.
Este mismo experimento fue llevado a cabo por Leon Festinguer en 1957, os animo a pensar unos segundos qué dijeron ambos grupos sobre la tarea… Pues bien, los sujetos que recibieron una retribución de 20 euros fueron claramente sinceros, indicando que la tarea era un auténtico tostón. Sorprendentemente los sujetos que recibieron un sólo euro aportaron un sinfín de razones para justificar que la tarea en realidad no era tan insidiosa. ¿Pensáis que mintieron o realmente estaban convencidos de sus argumentos?. Los afortunados sujetos que recibieron 20 euros tenían una justificación extrínseca para la mentira que habían dicho. El otro grupo por el contrario, había mentido por tan sólo un euro, esto les generó cierto malestar mezcla de vergüenza y culpa, para restablecer su equilibrio emocional modificaron sus percepciones sobre la tarea. La psicología explica este hecho mediante el concepto de Disonancia Cognitiva, al producirse una incongruencia entre dos creencias que una misma persona mantiene se produce malestar psicológico, para calmarlo la persona generará creencias nuevas que reduzcan la tensión hasta conseguir que sus ideas encajen entre sí, restaurando la anhelada coherencia interna. Este tipo de racionalizaciones suelen llevar al autoengaño. Seguro que conocéis un sinfín de personas que detestan la "telebasura" pero al hablar con ellos descubrís asombrados que están al tanto de todo lo que sucede en tan denostado universo televisivo: “No vayas a creer que a mí me gusta Gran Hermano ¡qué va!, es que llego tan cansada del curro que lo que quiero es no pensar más”, “yo veo los programas de la prensa del corazón porque a mi mujer le gustan y por no discutir...”, “si es que en la tele no ponen nada bueno y al final cansado de buscar pongo lo primero que sale”… Los seres humanos reaccionamos a la Disonancia Cognitiva de varias maneras: - Mediante la creación de nuevos conocimientos que restablezcan el equilibrio. Una persona religiosa por sus valores morales debería oponerse radicalmente a la guerra, religión y guerra serían dos ideas antagónicas que generarían tensión psicológica pero para reducirla la persona puede introducir nuevos valores que justifiquen su actitud como por ejemplo la defensa de la patria, evitar males mayores… - Otra forma de superar la Disonancia Cognitiva es alterando la importancia de ciertos conocimientos. Sabemos que fumar es perjudicial para nuestra salud pero “de algo hay que morir”, o “¿para qué vivir si no se puede disfrutar?” . - Finalmente, la forma más importante mediante la que hacemos frente a la Disonancia Cognitiva es evitarla, ignorarla, negarse a aceptarla, o simplemente evitar ese tipo de información en general. Por eso por ejemplo leemos periódicos con una línea editorial que reafirme nuestras ideas políticas. Si prestáis un poco de atención a vuestra conducta o a los comportamientos de las personas que os rodean, descubriréis infinidad de ejemplos. Los seres humanos somos únicos e irrepetibles, pero en algunos aspectos seguimos patrones comunes. Muchos recuerdos de la infancia están envueltos en halos de romanticismo, guardados con sumo cariño en los baúles del recuerdo esperan con anhelo ser fugazmente evocados. Componen este único universo canciones, películas, libros, colegio, amigos, juegos, fiestas… Hace unos días mi mente sufrió un brutal despertar al confrontar un idealizado recuerdo infantil con mi actual realidad adulta. Todas las noches como en millones de hogares, mi marido y yo leemos con nuestros hijos, al tener estos edades bastante dispares nos turnamos y así una noche me toca con mi niña y a la siguiente con mi niño. Por diversos motivos hemos ido postergando nuestra mensual visita a la biblioteca, así que se me ocurrió la ingenua idea de recuperar de casa de mis padres unos cuantos libros de mi niñez que recordaba con especial cariño. Así que llena de emoción abrí el baúl de mis recuerdos para explicarle a mi hija mi personal historia con el libro que juntas íbamos a descubrir: “Los cinco en Billycock Hill”. Las apasionantes andanzas de estos cinco personajes dieron alas a la imaginación de mi grupo de amigas colmando muchos de nuestros juegos. Nuestras infantiles mentes inflamadas de deseos de aventura convertían los caminos del cole a casa en apasionantes búsquedas de pistas para misterios inventados. Mi hija acostumbrada a ritmos de acción más apresurados mantenía la atención como podía animada por las ilusionadas palabras de su madre. “ya verás, ya verás lo que les va a pasar…”. Hasta que en la página 46 nos topamos de golpe con esto: “-Estupendo- dijo Julián-. Pero no nos podemos bañar enseguida después de comer. Las chicas querrán hacer un poco de limpieza y guardar los alimentos que han sobrado. Nos sentaremos y esperaremos a que ellas hayan terminado. Todos estuvieron de acuerdo y las muchachas se apresuraron a lavar los platos y guardar los restos de comida…”. Como si me hubieran dado una colleja, detuve instantáneamente la lectura para descubrir la mirada perpleja de mi hija. Tras un interminable número de explicaciones colmadas de “eran otros tiempos” dimos por finalizada definitivamente la lectura del libro. Al día siguiente que le tocaba el turno a mi marido, eligieron otro libro de mi personal biblioteca ochentera encontrándose con otro inesperado capítulo en el que unos niños armados con un tirachinas mataban a un indefenso pajarillo azul padre de familia. Esta experiencia nos ha enseñado varias cosas, que los tiempos afortunadamente han cambiado, que los recuerdos vividos con ojos infantiles pierden su brillo ante ojos adultos y que más nos vale vencer a la pereza de ir a la biblioteca si no queremos que nuestra hija vea confirmadas sus sospechas de que nacimos en la prehistoria. Os dejo un simpático enlace con un ejemplo de que "eran otros tiempos": https://www.youtube.com/watch?v=3pHnUVSrM4A Estaréis de acuerdo conmigo en que nuestra imaginación a veces nos traiciona, estamos viendo una peli en donde una chica indefensa ha tenido la irresponsable idea de atravesar un bosque que ya de entrada es oscuro, silencioso, tenebroso… entonces comienza la música de suspense alertándonos de que algo malo va a pasar (nos han condicionado). Nuestra mente elucubra las más agónicas muertes para la ingenua muchacha y eso que el asesino en serie aún no ha dado muestras de estar rondando por tan lúgubre lugar, pero da igual nuestro corazón ya se aceleró, nuestras manos ya aferran el cojín con el que intentamos taparnos sin perder detalle de la trama o mejor aún estrujamos al compañero (en mi caso mi marido quien me engaña para ver estas pelis) . Pero nuestra imaginación también es un potente aliado, bien utilizada puede ser la solución a muchos de nuestros problemas de ansiedad, dolores musculares o incluso dolores de cabeza. La utilización del pensamiento para el tratamiento de síntomas físicos fue popularizada por el farmacéutico francés Emil Coue. Según Coue todos nuestros pensamientos acaban haciéndose realidad, si pensamos en cosas tristes nos sentiremos tristes, si estamos a dieta pero pensamos en la tableta de chocolate que nos aguarda en el armario tendremos hambre, si nuestra mente está perdida en ideas de los solos que nos sentimos nuestra conducta tratará de ajustarse a esas concepciones haciéndonos comportarnos de manera poco social generando aislamiento. Si logramos sugestionarnos para creer que nos encontramos en un lugar placentero en el que sentimos nuestro cuerpo en un estado de profunda relajación, como sucedía con el efecto placebo, estas creencias producirán cambios fisiológicos en nuestro organismo (bajada de pulsaciones, respiraciones más profundas...). La eficacia de las técnicas que utilizan nuestra imaginación para generar estados de calma dependerá del nivel de convencimiento que logremos. Para estimular la imaginación en nuestro beneficio podemos utilizar muchas técnicas: - Visualización: Deberéis concentraros mientras minimizáis al máximo vuestros pensamientos, emociones y el dolor físico. Podemos visualizar la tensión física o el dolor mediante un símbolo como por ejemplo un bloque de hielo que atenaza las zonas de nuestro cuerpo que notemos más tensas, mientras asociamos la relajación a otro componente que interactúe con el anterior pero en sentido contrario, en nuestro ejemplo podemos imaginar como el sol va derritiendo poco a poco ese bloque de hielo que se encuentra en nuestro foco de dolor. Podemos también, visualizar la tensión corporal mediante el color rojo mientras que el color azul lo asociamos a la relajación, en este caso los focos de tensión se irán transformando en nuestra mente poco a poco en una luz azul que se generaliza a todo nuestro cuerpo aportándonos a su vez la sensación de relajación que la acompaña. - Imágenes dirigidas: Trasladarse con la imaginación a algún lugar que nos provoque sensaciones de tranquilidad. La técnica del sendero de la montaña consiste en imaginarse alejándose del lugar en el que residimos lleno de ruidos y prisas hasta llegar a una montaña que comenzamos a ascender. Según subimos vamos analizando nuestras preocupaciones abandonándolas al margen del camino. Una vez alcanzada la ansiada cima buscaremos un lugar especial para relajarnos y ese será el lugar al que acudiremos cuando lo necesitemos. También podemos crear imágenes propias, analizar distintos momentos de nuestras vidas en los que nos hayamos sentido totalmente relajados, describir la escena en un papel incluyendo los pensamientos de paz y sensaciones corporales de calma que experimentamos en ese momento. Grabarlo para escucharlo cuando lo necesitemos. - Escuchar música tranquila y suave: Podemos grabar media hora ininterrumpida de esta música para escuchar cada día o cuando queramos relajarnos. Estas técnicas se suelen utilizar como punto final en actividades como el yoga o el pilates. Recuerdo que hace unos años acudí con mi madre a clases de yoga para ver si encontraba alivio a sus dolores de espalda. En el grupo era la más joven pero he de reconocer que ni por asomo la más elástica, ¡madre mía que atléticos que han vuelto los jubilados!. El caso es que al finalizar las clases la profesora siempre acababa con ejercicios de relajación muy similares a los arriba mencionados, en esos momentos en los que mi vida laboral era bastante estresante por unos instantes lograba mantener las tensiones alejadas … hasta que alguno de mis maduros compañeros alcanzaba en exceso la relajación y comenzaba a roncar evaporando instantáneamente mi ansiado momento zen. Por eso es importantísimo que estos ejercicios se practiquen en soledad, cuando estemos seguros que nada ni nadie y subrayo NADA NI NADIE nos va a molestar (padres aseguraros de que los niños se encuentren sumergidos en una actividad que les absorba tanto que olviden por un rato sus palabras favoritas ¡mama, mama, mamaaaaaaaaaa! o ¡papa, papa, papaaaaaaaaaaa!). La práctica diaria os ayudará a conoceros mejor, a saber qué zonas tensáis y donde concentraros para conseguir dar a nuestro cuerpo un merecido descanso. |
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