Los teatros del centro de Madrid llenan estos días sus carteleras de apetitosos espectáculos infantiles que son una estupenda opción lúdica para las navidades. Sin embargo, es precisamente en estas festivas ocasiones cuando muchas personas huyen del centro debido a las aglomeraciones. Estas familias poco amantes de las multitudes cuentan con la posibilidad de acudir a los innumerables auditorios de los municipios de la Comunidad.
Y esa fue precisamente nuestra elección del fin de semana pasado. En el Auditorio Municipal de Colmenar Viejo asistimos a la representación de “Antón comodón”, a un precio muy asequible. Una obra con una educativa moraleja para más los pequeños de la casa y para los adultos que inmersos en la prisa del día a día impedimos en multitud de ocasiones que nuestros hijos realicen aquellas tareas para las que ya están preparados. La autonomía de los pequeños es sin duda en muchos hogares una asignatura pendiente. Sin embargo, en esas primeras etapas es fundamental para el correcto desarrollo de una autoimagen positiva. La independencia al ponerse el abrigo, atarse los cordones, lavarse los dientes… dota a los niños de un increíble sentimiento de capacidad. Una evaluación realista de sus habilidades nos dará la pista de la cantidad de rutinas diarias que pueden realizar por sí solos. Al hilo de la historia que observábamos en escena aproveche la ocasión para reforzar la autoestima de mi pequeño de cuatro años celebrando con él la cantidad de hitos que ya había conseguido en comparación con el perezoso personaje de Antón. Además de aportarme el ejemplo perfecto para animarle a esforzarse en la consecución de aquellos objetivos que aún están en proceso de aprendizaje.
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El temido presidente Donald Trump ha sido definido en multitud de publicaciones como una persona extremadamente narcisista. Muchas de sus actuaciones públicas apoyarían esta afirmación que de ser cierta, situaría la política estadounidense en manos de una personalidad inestable, irreflexiva e insensible.
El narcisismo considerado como amor propio puede aludir a rasgos de una personalidad normal e incluso sana a la que Theodore Millon denominaba el “narcisista saludable”. Una equilibrada combinación de auto-confianza y empatía con el prójimo. Sin embargo, en casos extremos nos encontraríamos ante un desorden psicológico llamado Trastorno Narcisista de la Personalidad (NPD). Una disfunción patológica consistente en una sobrevaloración de la propia importancia, un deseo irrefrenable de admiración, un egoísmo agudo, falta de empatía, arrogancia, rencor, competitividad, envidia… Cómo veréis la lista de cualidades negativas es interminable y ciertamente estremecedora si se relaciona con cargos que ostenten tanto poder. ¿Cómo es posible, por tanto, que una persona con semejantes características llegue tan lejos? En primer lugar a los narcisistas les gusta el poder y dirigen todas sus energías en lograrlo. Para conseguirlo se convierten en seductores implacables, la teatralidad de sus intervenciones, su carisma, su humor ácido, la contundencia de sus palabras les genera un halo de confianza, de seguridad del que realmente carecen. Y es que el narcisista patológico esconde una autoestima dinamitada. Algunos autores atribuyen el origen de este desorden de la personalidad a una actitud indiferente de los padres que generaría tal inseguridad que para afrontarla el individuo sobrecompensaría su autoimagen. Otros autores en cambio, lo atribuyen a una veneración excesiva por parte de los progenitores que llevaría al individuo a una percepción desproporcionada de sus cualidades y capacidades. Según la clasificación de Theodore Millon y las descripciones de quienes han tratado con Donald Trump nos podríamos encontrar ante un “narcisista elitista”. La persona con este tipo de narcisismo se autodefine como perteneciente a una clase superior merecedora de los más altos privilegios. Para mantener su autoimagen se relaciona exclusivamente con aquellas personas que vanaglorian su ego manteniéndole de esta manera en una burbuja pretenciosa mediante la aceptación sumisa de sus deseos. Es la clase de individuo que luce distintivos que denotan su pertenencia a una elite exitosa y exclusiva. El peligro de estas personalidades en entornos de poder es el carácter irreflexivo de sus decisiones. Su atención esta tan centrada en su desmesurado ego que son incapaces de una reflexión profunda, comprometida y abierta a admitir distintos puntos de vista que enriquezcan las decisiones y den lugar a acuerdos consensuados. La crítica es para ellos una amenaza ante la que reaccionar tan contundentemente que pueden llegar a adoptar conductas agresivas. Si para conducir es preciso realizar algunas pruebas psicotécnicas quizás no estaría de más que para dirigir una nación los candidatos pasasen algún tipo de control que les acreditara como psicológicamente equilibrados. |
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