Os reto a unir estos nueve puntos con cuatro rectas sin levantar el lápiz al hacerlo y sin pasar dos veces por el mismo punto. ¡La solución y su explicación en próximos post!
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Hay ocasiones en las que nos apetece hacer un regalo educativo a un niño y no tenemos muy claro qué elegir. Lo más habitual es recurrir a puzles, libros, juegos de letras, de memoria… Hoy os propongo una opción que acercará a los niños de una forma lúdica al mágico mundo de la medición, las equivalencias, la descomposición de números…. Las regletas de Cuisenaire. Fue el belga Georges Cuisenaire quien las introdujo para su uso con profesores a lo largo de todo el mundo a partir de 1945. En 1952 publicó un libro llamado Los números en colores. Son muy utilizadas en el ámbito escolar para que los niños se familiaricen con conceptos matemáticos complejos como área, volumen… Las regletas de Cuisenaire son piezas de madera de distintos colores y tamaños simbolizando cantidades:
Los niños en función de su edad podrán ir probando distintos juegos: - Cuando son pequeños (pero mayores de 3 años ya que las piezas más pequeñas podrían metérselas en la boca) podrán jugar libremente con ellas y posiblemente las utilicen como construcciones. - También se puede hacer con ellos cenefas sencillas que puedan imitar o cenefas que a ellos les gusten sin tener que seguir ningún modelo. - Nos permiten jugar a agrupar piezas por colores para que comprueben que miden lo mismo. - Construir escaleras ascendentes o descendentes según la longitud.
En internet podéis encontrar muchas más opciones para divertiros con vuestros hijos utilizando estas regletas de Cusisenaire. En la fundación canal de Madrid perteneciente al Canal de Isabel II, se puede visitar en la actualidad la exposición, Chagall: divino y humano. La exposición incluye más de 100 obras de Marc Chagall que fue uno de los pintores y artistas gráficos más relevantes del siglo XX. La exposición ha ampliado la fecha de apertura hasta el 24 de abril debido a la buena acogida que ha tenido.
Cuentan además con una visita-taller en familia para los más pequeños de la casa. Estas visitas se realizan los fines de semana y están divididas por grupos de edad: Para niños de 3-6 años los sábados a las 11,30 y 17,00h. Para niños de 7-12 años los domingos a las 11,30 y 17,00h. La duración es de dos horas, durante la primera harán un pequeño recorrido guiado por algunas de las obras del genial pintor. En esta parte aprenderán dónde nació , dónde vivió, cuál era su principal inspiración... Durante la segunda hora, los peques realizarán su propia obra con los elementos más comúnmente utilizados por Marc Chagall. La guía adapta sus explicaciones a los niños haciéndoles participar en todo momento para atraer y mantener así su atención. Nosotros acudimos hace unas semanas con nuestra hija de 7 años a la que le encantó y nuestro pequeño de tres. Este último no logró estar atento durante la hora que duró la visita, pero en el taller lo dio todo. Otra parte que me gusta de los talleres que organizan a través de esta fundación, es que al finalizar su “obra de arte” los niños como si de verdaderos artistas se tratasen explican a los asistentes qué han hecho, por qué y qué nombre le ponen a su creación. Esto les hace asumir un papel muy activo en el que expresan su visión de lo aprendido. Al finalizar reciben además un diploma acreditando su experiencia, los conocimientos adquiridos les hacen sin duda expertos en la materia. http://www.fundacioncanal.com/14635/chagall-divino-y-humano/ Ayer en un programa de televisión en España hicieron un “experimento social” que pone los pelos de punta. Un periodista con buena presencia acudía a un parque infantil. Allí se acercaba a algunos padres que estaban vigilando a sus hijos mientras jugaban. Tras presentarse les preguntaba si creían que los niños le acompañarían al coche a pesar de no conocerle. La mayoría de los padres negaban tal posibilidad argumentando que siempre les habían insistido a sus hijos que no hablasen con desconocidos y mucho menos se fueran con ellos. El periodista pide permiso a los padres para realizar una prueba. Cargado con un precioso cachorro se acerca a los niños muy amablemente les enseña el perrito, les pregunta su nombre, les deja acariciarle… para finalmente indicarles que tiene cuatro más de distintos colores en el coche y que pueden acompañarle para verlos. Hay que decir que algunos niños dijeron que no y corrieron algo mosqueados al lado de sus padres. Pero una gran parte de ellos de la mano del periodista aceptaron su propuesta de acudir al vehículo para ver al resto de la camada, bajo la horrorizada mirada de sus padres. Siempre pensamos que si alguien se lleva a nuestros hijos lo hace a la fuerza pero este "experimento" demuestra que es mucho más simple, el periodista apenas tardó cinco minutos en convencerles para que le acompañaran. No debemos nunca olvidar que son niños. El control del deseo, de los impulsos aún lo están aprendiendo, incluso a los adultos nos cuesta vencer según qué tentaciones (cuántas veces hemos cedido al impulso de comer una galleta estando en pleno plan de adelgazamiento). Resistirse al deseo implica un diálogo interior muy fuerte que requiere madurez y eso es pedirles demasiado. Sin dejar de insistirles en que deben rechazar golosos ofrecimientos de desconocidos nuestra obligación es procurarles toda la vigilancia necesaria para que no se produzcan estas deleznables situaciones. Los niños no fueron en ningún momento conscientes del peligro, lo que les hace extremadamente vulnerables. La idea de "desconocido" que les inculcamos no incluía de manera alguna la imagen de un señor simpático, arreglado y encima con un precioso cachorro. Os puedo asegurar que al ver a esos pequeños dar la mano al periodista mi cuerpo experimentó un volcán de sensaciones negativas de miedo, rabia, dolor… que tardaron en desaparecer mucho rato, como decimos comúnmente se me quedó “mal cuerpo”. Mama, ¿tú también te vas a morir?, es una pregunta difícil que quizás en algún momento como padres tengáis que contestar. Los niños entre los seis y los once años comprenden que la muerte es definitiva e irreversible, y que puede suceder a las personas que les rodean. Es posible que si nos pilla por sorpresa esta inquietud contestemos con respuestas poco apropiadas del tipo: “tranquilo, eso no va a pasar” o “moriré cuando sea viejecito”. Pero bien sabemos que no lo podemos garantizar. Vamos por lo tanto, a comprender un poco más este miedo evolutivo a la muerte para saber darles a nuestros hijos la seguridad que requieren cuando aparece. El miedo es un sistema innato en el ser humano y cumple una función adaptativa. Cuando sentimos miedo nuestro cuerpo se pone en alerta, se agudiza el oído, se acelera el corazón… nos preparamos para la huida o el ataque. Los miedos se convierten en un problema cuando están desadaptados, es decir no se corresponden con la realidad, con la gravedad de la situación, p.e el miedo a las arañas es adaptativo hasta cierto punto, si vives en lugares en los que existen arañas venenosas que puedan provocar graves accidentes es adaptativo que tu cuerpo se invada de miedo para facilitarte la huida o la defensa, sin embargo las arañas que habitan los rincones olvidados de nuestros hogares no deberían producirnos tales respuestas de pánico. Los miedos tienen también un componente evolutivo, hay miedos comunes a casi todos los niños, generalmente pasajeros y de poca intensidad: - Durante el primer año, a los bebes les asustan los ruidos fuertes, la separación de los padres y la gente desconocida. - A partir del segundo año manifestarán miedo a algunos animales, a la oscuridad, a las heridas, a la separación física de los padres… - Con 3 y 4 años entra en juego la imaginación apareciendo el miedo a monstruos, brujas, ogros… sigue todavía el miedo a la oscuridad, a hacerse daño, a los truenos… - Al llegar a los 5 y 6 años, mantienen el miedo a separarse de sus padres, a los animales, a la oscuridad, al daño físico, a las brujas, fantasmas y demás personajes de ficción, a los ladrones, a los médicos, a la enfermedad y la muerte. Hasta los seis años, la mayoría de los niños piensan en la muerte como en un fenómeno reversible y temporal que no les produce excesivo malestar. Cuando en torno a los seis años comprenden que es irreversible llega un periodo de temor a que sus padres fallezcan, a quedarse solos. La manera más apropiada de afrontar este temor es explicarles que si eso llegase a suceder habría muchísimas personas cercanas y muy queridas que le cuidarían. De los once años en adelante comienzan a ser conscientes del carácter universal, irreversible e inevitable de la muerte. Entonces son conscientes de que también ellos morirán en algún momento. En este caso tenemos que enseñarles que la muerte es una parte más del ciclo vital, pero no podemos vivir pensando en ella porque nos perderíamos la belleza de la vida. El miedo a la muerte puede manifestarse de manera natural como un proceso evolutivo más como hemos analizado hasta el momento, o por una experiencia personal vivida por los niños como puede ser la pérdida de un familiar. En nuestra sociedad la muerte se ha convertido en un elemento tabú del que apenas se habla en un intento de proteger a los niños. Pero no por no hablar de una cosa esta desaparece, muy al contrario si no se les explica adecuadamente pueden crearse ideas distorsionadas negativas que generen más temor del necesario. Para hablar con los niños de la muerte hay que ser siempre sinceros. Si ha fallecido un ser querido habrá que explicarles que se ha muerto y no va a verle más, que siempre le recordaréis y que aunque no esté, el amor que siente por él no desaparecerá. El lenguaje ha de ser muy adaptado a la edad del niño, con explicaciones breves y sencillas. No escondáis vuestros sentimientos, vuestros lloros, porque aunque penséis que eso beneficia al niño, él puede percibir que esos sentimientos de tristeza no se deben exteriorizar, que hablar de que el ser querido murió es algo malo. La tensión que vaya acumulando dentro sin manifestarla adecuadamente será una fuente de ansiedad que en algún momento podrá exteriorizarse con otro tipo de conductas mucho más desadaptadas. A veces tendemos a intentar distraerles pero los niños también tienen que pasar por el proceso de duelo, llorar, sentir el abrazo de consuelo, las palabras de aliento… Si tienen en torno a diez años ya comprenden lo que ha sucedido y podrán participar en cierta medida de la ceremonia de despedida llevando flores al cementerio o escribiendo una carta al ser querido como parte de la aceptación de su muerte. |
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