Popularmente se considera que la maternidad supone cierto deterioro cognitivo. La mujer desde el embarazo acusa algunos despistes que pueden reafirmar esta creencia, esto unido a la constatación fisiológica de que su cerebro disminuye en torno a un 7% da pie a todo tipo de desoladoras conclusiones. En un impactante experimento estadounidense un grupo de voluntarios llegó incluso a juzgar a una mujer supuestamente embarazada como menos competente y merecedora de un salario menor. Sin embargo, investigaciones recientes contradicen esta vulgar creencia que fomenta la discriminación laboral. Dichos estudios han demostrado que los cambios que acontecen en el cerebro femenino durante la maternidad van encaminados a una mejor gestión de sus recursos cognitivos. La periodista Katherine Ellison premiada con el premio Pulitzer tuvo que enfrentarse a este estigma social tras su maternidad. Por ello, en su libro “Inteligencia Maternal” reunió un ingente volumen de información científica para desmentir de manera definitiva esta absurda creencia. Entre los numerosos estudios que abordó encontró el trabajo de dos neurociéntificos, Craig Kinsley y Nelly Lambert que sometieron a ratas a complejas pruebas de supervivencia demostrando que las que eran madres solucionaban con mayor rapidez los problemas planteados que sus congéneres. La repetición de las pruebas demostró además que la mayor destreza mental duraba toda la vida de los roedores. Nuestro cerebro goza de una cualidad sorprendente para adaptarse a las distintas experiencias que afrontamos. Esta cualidad llamada plasticidad cobra una especial importancia durante la maternidad. La supervivencia de la cría adquiere la máxima prioridad y así como nuestro cuerpo se va amoldando para garantizar el correcto desarrollo del feto, nuestro cerebro se reestructura aumentando aquellas conexiones neuronales que favorecerán el cuidado del futuro bebe. En concreto:
Esta mejora de las capacidades se produce gracias a hormonas como la oxitocina, prolactina, dopamina… que se disparan influyendo en regiones cerebrales tales como la amígdala, el hipocampo… Todos estos cambios en nuestra estructura cerebral comienzan a surgir durante el embarazo y llegan a ser tan relevantes que es incluso posible saber si una mujer ha sido madre a través de una resonancia magnética. ¿Qué sucede en el cerebro de los padres?. La materia gris cerebral de los hombres también se ve afectada con la paternidad. Su estructura cerebral se modifica fundamentalmente en regiones encargadas del aprendizaje y la memoria. Pero en este caso la clave parece estar en el grado en que se involucren en el cuidado de los hijos. Es por ello que los cambios aparecen más tarde, en concreto a partir del momento del nacimiento en donde se desarrolla el vínculo cognitivo-emocional. Es en ese momento cuando su cuerpo comienza a fabricar oxitocina y bajan los niveles de testosterona. A la vista de los resultados ya es hora de desterrar de una vez por todas la recurrente idea de que la maternidad “idiotiza” a la mujer.
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¿Sueles marcarte muchas metas?, ¿te falta tiempo para conseguir tus objetivos?, ¿vives continuamente acelerad@?, ¿te sientes física y mentalmente agotad@? ,¿te involucras en más actividades de las que puedes abarcar?, ¿te cuesta delegar en los demás?… ¡CUIDADO! Algunos estudios indican que podrías tener un Patrón de Conducta Tipo A con serias probabilidades de sufrir una enfermedad coronaria. En 1959 los cardiólogos Friedman y Rosenman se encontraron con un dato que les llamó poderosamente la atención. Muchos de sus pacientes con enfermedades coronarias parecían reunir algunos rasgos compartidos de personalidad. En concreto se trataba de personas envueltas en una lucha incesante por la consecución de múltiples objetivos en fechas muy reducidas. Desarrollaron entonces un patrón conductual llamado Patrón de Conducta Tipo A. Aunque esta teoría se enfrentó a serias críticas por la escasez y validez de las muestras obtenidas, tuvo un efecto significativo al demostrar cómo el estado mental de una persona afecta a su salud física. A continuación detallaré algunas de las características que según los autores formarían parte de este patrón conductual, te animo a coger papel y lápiz e indicar con un “SI” las afirmaciones con las que te sientas identificad@:
Si tu papel está plagado de “SIES” es el momento de tomarte unos instantes para reflexionar, para marcarte nuevas metas que incluyan el enfrentarse a la vida con mayor serenidad, dejarse llevar, analizar lo realmente importante… Debes tener en cuenta que aunque el Patrón de Conducta Tipo A es socialmente aceptado, incluso estimulado en el contexto de la sociedad occidental. Esta manera de afrontar la vida conduce a un serio y paulatino deterioro de su salud física y psicológica. Los bebes llegan a la vida con una increíble necesidad de amar y ser amados. Desde el mismo momento de su nacimiento buscan el contacto con su madre no sólo para la satisfacción de sus necesidades más básicas sino en busca de afecto, consuelo, seguridad... En la actualidad esta necesidad de establecer un vínculo afectivo es mayoritariamente aceptada y desde el inicio de sus vidas se fomenta ese primer contacto piel con piel. Pero esto no siempre fue así. El psicólogo Harry Harlow entre los años 50-70 realizó una serie de escandalosos experimentos para profundizar en la naturaleza del apego, los efectos de la privación sensorial y de la falta de socialización. Aunque sus estudios fueron absolutamente crueles no debemos perder de vista el contexto histórico en el que se produjeron. Los expertos en educación de aquella época defendían a ultranza posturas de distanciamiento emocional con los niños para evitar en la medida de lo posible hacerles excesivamente vulnerables. Una de las figuras abanderadas de esta concepción fue el psicólogo John B. Watson, quién en su libro "Psychological Care of Infant and Child" afirmaba que demasiado afecto conducía a problemas psicológicos en el futuro. Llegaba incluso a aconsejar que en caso de ser necesario besar a un niño se hiciera tan sólo en la frente. Siguiendo estas directrices la consigna recomendada para hospitales y orfanatos era no tocar a los niños. Las corrientes psicoanalistas y conductuales reinantes defendían además posturas muy instrumentales respecto al amor que los niños profesaban a sus madres. En base a estas teorías, el amor infantil estaba ligado a la satisfacción de sus necesidades fisiológicas, en especial del hambre y la sed. John Bowlby cuestionó abiertamente estas ideas. En su Teoría del apego postulaba que el vínculo madre-hijo se debía a factores emocionales como la necesidad de contacto, de seguridad y no sólo a la provisión de comida. La privación del amor materno tendría así mismo, graves consecuencias en el desarrollo emocional del sujeto generando jóvenes incapaces de empatizar con los demás. Situándonos de nuevo en ese contexto histórico sumamente patriarcal, he de señalar también que John Bowlby defendía un apego tan sólo materno lo que le llevó a posicionarse en contra por ejemplo de la incorporación de la mujer al mundo laboral. En esta vorágine de teorías encontradas el psicólogo Harry Harlow se propuso llevar a cabo algunos experimentos que aclarasen la cuestión. Hasta aquí todo correcto, pero a Harlow se le fue de las manos, por mucho que él intentase justificar a posteriori el aluvión de críticas al que fue sometido recurriendo a la manida frase “el fin justifica los medios”, sus experimentos fueron de una crueldad desoladora. Tan sólo desarrollaré aquí uno de ellos, pero si os interesa en internet podéis encontrar incluso videos de la época. Para este experimento Harlow apartaba a monitos Rhesus de sus madres biológicas y las sustituía por dos “madres” una de tela y otra de alambre. La mama de alambre procuraba el alimento a la cría ya que estaba dotada de un biberón, mientras que la de tela no tenía ninguna función fisiológica. A pesar de su falta de utilizad biológica se comprobó que los pequeños monos pasaban la mayor parte del tiempo junto a la confortable mama de felpa acudiendo a la impersonal madre de alambre tan sólo para obtener sustento. E incluso en estos breves momentos solían mantener el contacto físico con la mama de tela. Cuando Harlow utilizaba la intimidación, los monitos corrían a lado de su mama de felpa para sentirse seguros. Sus reacciones se asemejaban bastante a las de los bebes humanos sometidos al test de la situación extraña. Las crías utilizaban a la mama de tela como base a partir de la cual explorar su entorno y como refugio ante situaciones estresantes. Con todo esto demostró por tanto, que el apego iba más allá de la satisfacción de las necesidades fisiológicas. Para un correcto desarrollo psicológico las crías necesitaban cierto contacto piel con piel para sentirse seguras y mínimamente queridas. “El abismo de la desesperación” o “el potro de las violaciones” entre otros formaron parte de sucesivos y oscuros experimentos. A través de los cuales corroboró por ejemplo que el comportamiento maternal es aprendido no instintivo. Si las hembras de mono no tenían un modelo materno, al convertirse en madres desarrollaban conductas punitivas ante sus crías. Al contrario que John Bowlby, Harlow defendió la existencia de un conjunto de sistemas afectivos que no sólo incluían la diada madre-hijo, sino también padre-hijo, igual-igual… Destacando que la relación entre iguales era esencial para el desarrollo normal de un individuo. Este domingo asistimos a una visita dinamizada al Palacio Real de Madrid también conocido como Palacio de Oriente. Mirarte ya nos dio la posibilidad de acercarnos a este inmenso edificio a través de un divertido juego de pistas, en esta ocasión de la mano de un gentilhombre de cámara recorrimos algunas de sus salas. Nuestro gentilhombre provisto de una llave maestra nos fue abriendo históricos rincones de acceso restringido que nos hicieron sentir en todo momento notables visitantes. Sus explicaciones nos sumergieron en el mundo casi irreal de la vida palaciega. Un universo lleno de excentricidades, lujos y raras costumbres que dejaron más de una huella de asombro en las inocentes caras infantiles... “Bajo la atenta mirada del rey un lacayo era el encargado de probar la comida del monarca para asegurarse de que no hubiera sido envenenada”... tras esta afirmación mi hija volvió hacia mí una cara plagada de incomprensión buscando confirmación a tan inaudita costumbre... “El paciente rey esperaba en torno a media hora para constatar que el lacayo permanecía indemne tras la ingesta” ... con esto su cara era ya de total incredulidad. Parece ser que entre los innumerables privilegios reales no se hallaba el de disfrutar de una comida caliente. Los niños pudieron además experimentar algunas de las rutinas diarias de estos históricos monarcas como la de ser vestidos por nobles cortesanos, preparar una mesa de gala para ilustres invitados o participar en un fingido besamanos. El Palacio dispone también de un valioso patrimonio artístico ante el que los padres nos maravillamos con facilidad pero los niños, inmersos en otras realidades, son ajenos a su importancia. Por ejemplo, un conjunto de instrumentos musicales resguardados en vitrinas no parece muy impresionante para sus infantiles miradas, saber que se trata de auténticos Stradivarius tampoco aporta mucho, pero en esto precisamente reside la magia de Mirarte en hacerles cerrar los ojos para escuchar a estos colosos mientras descubren que existen muy pocos ejemplares en todo el mundo y que las peculiaridades de su sonoridad son aún discutidas existiendo incluso una romántica teoría que afirma que la madera fue recuperada de barcos hundidos. Captar su atención para contemplar el arte desde una perspectiva más madura o acercarles a mundos tan distantes requiere de una pericia que sin duda Mirarte domina. Es sorprendente que tras hora y media de visita mi hija aún pusiera cara de fastidio al acabar el recorrido, si por ella hubiera sido habríamos visto las más de 3000 salas que componen el palacio. Sois estudiantes universitarios, probablemente de psicología (raro es pasar por la facultad sin participar en algún experimento) estáis rellenando a solas un sencillo cuestionario. La investigadora que os lo ha proporcionado se aleja por unas escaleras. Inmediatamente escucháis un golpe y algunos lamentos “¡Dios mío, mi pie, no puedo moverme!”. ¿Cuál sería vuestra reacción?.... Lo más probable es que corráis raudos a socorrer a la pobre mujer. Pero… imaginaros la misma situación esta vez no estáis solos os acompañan cuatro estudiantes más, que ante las mismas condiciones experimentales no reaccionan en forma alguna. ¿Qué pasaría entonces?... Seguro que creéis con vehemencia que vuestra reacción sería exactamente la misma, pero lo cierto es que el experimento demostró que sólo un 20% de alumnos en estas nuevas circunstancias prestó auxilio. Sorprendente ¿verdad?. Los estudios psicológicos de este tipo proliferaron tras a un trágico suceso. Catherine Susan Genovese fue una mujer de Nueva York apuñalada hasta la muerte cerca de su casa. La falta de reacción por parte de más de una decena de vecinos que pudieron escuchar en mayor o menor medida sus gritos de auxilio conmocionó a la sociedad neoyorkina poniendo de manifiesto la apatía y la falta de humanidad reinante en las grandes áreas urbanas. Algunos vecinos justificaron su inactividad con argumentos del tipo “no quería verme implicado”, “seguro que la policía ya habría recibido un montón de llamadas”… La conmoción fue tan fuerte que provocó la inmediata necesidad de explicar este fenómeno que posteriormente recibió el nombre de “efecto espectador” o “síndrome Genovese”. El efecto espectador nos indica que cuando una persona está en una situación de emergencia es más probable que reciba ayuda cuanto menor sea el número testigos. John Darley y Bibb Latané en 1968 llevaron esto al laboratorio. Diseñaron un experimento conocido como el experimento del espectador apático. Los sujetos experimentales fueron colocados en distintas salas y sólo podían comunicarse a través de un intercomunicador. En realidad sólo escuchaban una grabación y en un momento de la misma uno de los sujetos fingía un ataque epiléptico. Descubrieron con sorpresa que el tiempo que se tardaba en avisar al investigador variaba inversamente al número de sujetos:
A pesar de que los sujetos experimentales relataban estados de ansiedad ante la situación esto no les movió en pos de la acción. Algunas de las explicaciones que los investigadores hallaron para esta falta de altruismo fueron:
Debemos conocer que se puede en cierta forma mitigar el efecto del espectador si la víctima focaliza su petición de ayuda en una única persona en vez de apelar al público en general. Esto impide que la responsabilidad de difumine, ahora esa persona ostenta por completo el control de la situación y deberá reaccionar de alguna manera. Su toma de partido por la víctima puede así mismo romper la “estupidez” colectiva, ya que al ver a una persona dando auxilio la situación se reevaluará en la mente de los presentes como extremadamente conflictiva. Un solo individuo marca la diferencia. |
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