Los recién nacidos se pasan mucho tiempo llorando y los padres nos volvemos locos intentando dar con la tecla que logre apaciguarlos. Llorará de hambre, será de frio, tendrá calor, estará sucio, quizás este cansado… Esta situación puede volverse insostenible cuando los bebes sufren de Reflujo Gastroesofágico. El Reflujo Gastroesofágico es una afección que ocurre cuando los contenidos estomacales se devuelven desde el estómago hasta el esófago. Cuando una persona come, el alimento pasa desde la garganta hasta el estómago a través del esófago. Un anillo de fibras musculares en la parte superior del estómago impide que el alimento se devuelva por el estófago. Pero la falta de madurez en muchos lactantes hace que este anillo no se cierre completamente y los fluidos retrocedan por el esófago provocando tal quemazón que el bebe se volverá muy inconsolable e irritable. En los bebés pequeños, es normal que se presente una pequeña cantidad de Reflujo Gastroesofágico. Pero el reflujo intenso puede ocasionar pérdida de peso o problemas respiratorios. Nuestra primera hija al nacer se mostraba tremendamente irritable, sólo conseguía dormir en posición erguida lo que nos obligaba a dormir con ella recostada en nuestro pecho en el sofá. Es cierto que los recién nacidos no pesan mucho, pero puedo aseguraros que tras cinco horas recostados en el pecho parecen estar rellenos de piedras. La gente siempre tan propensa a los consejos durante estos momentos nos decía “la estáis acostumbrando mal…”, “ no le pasa nada sólo quiere brazos”… y eso en unos padres novatos, inseguros y agotados no hacía más que complicar las cosas. El proceso que vivimos fue muy angustioso como padres, la niña lloraba constantemente, pero no llegaba a regurgitar en exceso con lo que ni nosotros novatos en estas lides, ni los médicos supimos localizar el problema. Acudimos de doctor en doctor como en el juego de la oca y probamos todas soluciones que hay en el mercado para los cólicos. La niña poco a poco fue asociando la sensación de acidez a la comida (condicionamiento clásico) y nos costaba horrores darla el biberón, llegando incluso a dárselo cuando estaba dormida. Pero un día a los tres meses dijo hasta aquí hemos llegado y dejó de comer. Asustados acudimos a urgencias y la ingresaron. Una doctora, que para nosotros fue una bendición, dio con el problema y le recetaron Ranitidina. A partir de entonces todo cambió, la niña llorona reía por fin. Aún así el mal estaba hecho, la asociación comida-dolor se había establecido, y teníamos que descondicionarla. Para ello, mientras comía le leíamos cuentos, hacíamos títeres, bailábamos tras cada cucharada que lográbamos meterla en la boca (cosa que le hacía mucha gracia, aunque no entiendo por qué si nacimos para el baile), nos faltó hacer el pino pero lo conseguimos. Cuando tuvimos a nuestro segundo hijo y detectamos los primeros síntomas, sólo dormía en posición erguida, lloros inconsolables tras una o dos horas de haber comido… lo tuvimos claro. Padres primerizos si al leer esto no habéis parado de asentir con la cabeza decirle a vuestro médico, ¿no será que nuestro pequeño tiene Reflujo Gastroesfágico?.
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